martes, 5 de marzo de 2013

Juan de Borbón. El Pretendiente sin rumbo




Juan de Borbón. El Pretendiente sin Rumbo

Al escribir estas líneas no es mi intención elaborar una biografía completa de este personaje tan complejo, pues ya se han escrito muchas y de las más diversas tendencias. Solamente trataré de exponer y analizar sus controvertidas actuaciones políticas relacionadas con su obsesión por alcanzar el trono del Reino de España del que se creía dueño y señor según veremos en sus comunicados.
Antes de comenzar con esta tarea me gustaría, como introducción, dejar constancia de unos hechos históricos que son indiscutibles y que, en mi opinión, explicarían todo lo sucedido posteriormente.
Juan de Borbón y todos los monárquicos de su entorno no han entendido o han pretendido ocultar una realidad histórica de gran transcendencia que marca la evolución política en España durante la segunda mitad del siglo XX.
En la noche del 13 de abril de 1931, por voluntad propia y sin exigencia legal alguna, Alfonso XIII abandonó España con nocturnidad y alevosía dejando a los españoles en una situación bastante complicada y grave. Redactó un comunicado en el que intentaba explicar su anómalo comportamiento alegando que no quería enfrentar a los españoles y que por eso se iba. La realidad es que le entró un ataque de pánico ante un posible levantamiento popular que pudiera poner en riesgo su vida, pensando en lo que había pasado a la familia Romanov en Rusia, circunstancia que jamás se hubiera producido en España pues ese no era el objetivo de sus adversarios políticos y por otro lado el Ejército y las Fuerzas del Orden apoyaban el régimen establecido.
Como consecuencia de este hecho, y ante la ausencia de la Jefatura del Estado se proclamó en nuestro país la 2ª República de una forma un tanto atípica e irregular. Se convocaron elecciones generales y se eligieron unas nuevas Cortes Constituyentes de la República que en una de sus primeras reuniones aprobaron la siguiente resolución:

“A todos los que la presente vieren y entendieren sabed: que las Cortes Constituyentes, en funciones de Soberanía Nacional, han aprobado el acta acusatoria contra Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena, dictando lo siguiente:
Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fuera rey de España, quien, ejercitando los poderes de su magistratura contra la Constitución del Estado, ha cometido la más criminal violación del orden jurídico del país y, en su consecuencia, el tribunal soberano de la nación declara solemnemente fuera de la ley a Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena. Privado de la paz jurídica, cualquier ciudadano español podrá aprehender su persona si penetrase en territorio nacional.
Don Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena será degradado de todas sus dignidades, derechos y títulos, que no podrá ostentar ni dentro ni fuera de España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes elegidos podrá votar las nuevas normas del Estado Español, le declara decaído, sin que pueda reivindicarlos jamás ni para él ni para sus sucesores.
De todos bienes, derechos y acciones de su propiedad que se encuentren en territorio nacional se incautará, en su beneficio, el Estado, que dispondrá del uso conveniente que quiera darles.
Esta sentencia que aprueban las Cortes Soberanas Constituyentes, después de publicarla por el Gobierno de la República, será impresa y fijada en todos los ayuntamientos de España y comunicada a los representantes diplomáticos de todos los países, así como a la Sociedad de Naciones.
En ejecución de esta sentencia, el Gobierno dictará las órdenes conducentes a su más exacto cumplimiento, al que coadyuvarán todos los ciudadanos, tribunales y autoridades”.

Esta resolución deja bien a las claras que la dinastía Borbón había finalizado sus días en España y por tanto quedaban sin ninguna validez los derechos dinásticos y todo cuanto se refiriese a la Monarquía.
Como ya conocemos y a consecuencia del comportamiento sectario de sus gobernantes, la 2ª República terminó en un enfrentamiento civil entre españoles y en la implantación de un estado autoritario gobernado por Franco que decidió voluntariamente que España fuera un Reino al frente del cual pondría un monarca que designaría él, en su momento oportuno, sin atadura alguna con el pasado.
Este preámbulo deja bien claro que Juan de Borbón carecía de bases legales para reclamar unos derechos sobre el Reino de España que su abuelo se había encargado de destruir, por tanto sus actuaciones que analizamos a continuación pueden ser consideradas como anecdóticas.

Expuesta la situación política española en los años treinta, vamos a describir el comportamiento errático del Pretendiente en su obsesión por convertirse en Rey de España.
El 1º de agosto de 1936, recién iniciada la guerra civil, Juan de Borbón en compañía de un grupo de monárquicos atraviesa la frontera hispano francesa con la intención de llegar hasta Burgos e incorporarse al ejército nacional. Cuando este hecho llega a conocimiento del general Mola, éste cursa órdenes para que sean retenidos y devueltos a la frontera. Posteriormente, el general Franco le remite una carta en la que de forma más diplomática le agradece sus intenciones pero le hace ver que su vida es muy valiosa para España y que por tanto no puede estar expuesto a los avatares de la guerra.
No habían pasado quince días de este fervor patriótico del Pretendiente, cuando éste remite a través de José María Gil Robles, miembro de su Consejo privado, una carta al Papa Pío XII en la que le llama la atención sobre el peligro que podría correr la Iglesia católica si siguiese colaborando con el régimen franquista.
Primera gran contradicción de difícil explicación en la conducta de Juan de Borbón.
En el periodo de tiempo comprendido entre los años 1939 y 1944 hubo un fluido intercambio de correspondencia entre Franco y Juan de Borbón, en la que éste insistía en sus derechos dinásticos y aquel le recordaba cómo se encontró España cuando se produjo el alzamiento que se definió como español y católico pero en ningún momento se había declarado monárquico.
A comienzos del año 1945 cuando se vislumbraba un final inmediato de la 2ª guerra mundial con el triunfo de las fuerzas aliadas, el Pretendiente se despachó el 19 de marzo de 1945 con un documento que ha pasado a la Historia como el Manifiesto de Lausana para presionar a los gobiernos democráticos vencedores y obligarles a terminar con el régimen franquista.
Considero necesaria su transcripción integra para que el lector a la vista del mismo pueda sacar sus propias conclusiones.
  
“Españoles:
Conozco vuestra dolorosa desilusión y comparto vuestros temores. Acaso lo siento más en carne viva que vosotros, ya que, en el libre ambiente de esta atalaya centroeuropea, donde la voluntad de Dios me ha situado, no pesan sobre mi espíritu ni vendas ni mordazas. A diario puedo escuchar y meditar lo que se dice sobre España.
Desde abril de 1931 en que el Rey, mi Padre, suspendió sus regias prerrogativas, ha pasado España por uno de los períodos más trágicos de su historia. Durante los cinco años de República, el estado de inseguridad y anarquía, creado por innumerables atentados, huelgas y desórdenes de toda especie, desembocó en la guerra civil que, por tres años, asoló y ensangrentó la Patria. El generoso sacrificio del Rey de abandonar el territorio nacional para evitar el derramamiento de sangre española, resultó inútil.
Hoy, pasados seis años desde que finalizó la guerra civil, el régimen implantado por el General Franco, inspirado desde el principio en los sistemas totalitarios de las potencias del Eje, tan contrario al carácter y a la tradición de nuestro pueblo, es fundamentalmente incompatible con las circunstancias que la guerra presente está creando en el mundo. La política exterior seguida por el Régimen compromete también el porvenir de la Nación.
Corre España el riesgo de verse arrastrada a una nueva lucha fratricida y de encontrarse totalmente aislada del mundo. El régimen actual, por muchos que sean sus esfuerzos para adaptarse a la nueva situación, provoca este doble peligro; y una nueva República, por moderada que fuera en sus comienzos e intenciones, no tardaría en desplazarse hacia uno de los extremos, reforzando así al otro, para terminar en una nueva guerra civil.
Solo la Monarquía Tradicional puede ser instrumento de paz y de concordia para reconciliar a los españoles; solo ella puede obtener respeto en el exterior, mediante un efectivo estado de derecho, y realizar una armoniosa síntesis del orden y de la libertad en que se basa la concepción cristiana del Estado. Millones de españoles de las más variadas ideologías, convencidos de esta verdad, ven en la Monarquía la única Institución salvadora.
Desde que por renuncia y subsiguiente muerte del Rey Don Alfonso XIII en 1941, asumí los deberes y derechos a la Corona de España, mostré mi disconformidad con la política interior y exterior seguida por el General Franco. En cartas dirigidas a él y a mi Representante hice constar mi insolidaridad con el régimen que representaba, y por dos veces, en declaraciones a la Prensa, manifesté cuán contraria era mi posición en muy fundamentales cuestiones.
Por estas razones, me resuelvo, para descargar mi conciencia del agobio cada día más apremiante de la responsabilidad que me incumbe, a levantar mi voz y requerir solemnemente al General Franco para que, reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el Poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España, único capaz de garantizar la Religión, el Orden y la Libertad.
Bajo la Monarquía, reconciliadora, justiciera y tolerante, caben cuantas reformas demande el interés de la Nación. Primordiales tareas serán: aprobación inmediata, por votación popular, de una Constitución política; reconocimiento de todos los derechos inherentes a la persona humana, y garantía de las libertades políticas correspondientes; establecimiento de una Asamblea legislativa elegida por la Nación; reconocimiento de la diversidad regional; amplia amnistía política; una más justa distribución de la riqueza y la supresión de injustos contrastes sociales contra los cuales no solo claman los preceptos del Cristianismo, sino que están en flagrante y peligrosísima contradicción con los signos político-económicos de nuestro tiempo.
No levanto bandera de rebeldía, ni incito a nadie a la sedición, pero quiero recordar a quienes apoyan al actual régimen la inmensa responsabilidad en que incurren, contribuyendo a prolongar una situación que está en trance de llevar al país a una irreparable catástrofe.
Fuerte en mi confianza en Dios y en mis derechos y deberes imprescriptibles, espero el momento en que pueda realizar mi mayor anhelo: la Paz y la Concordia de todos los españoles.
¡Viva España!”

Como he mencionado anteriormente, la lectura de estas líneas provocan, en mi opinión, un sentimiento antimonárquico por la forma en que presenta los servicios que esta institución ha prestado a España a lo largo de la Historia, cuando un simple repaso a lo desarrollado por la monarquía lleva a conclusiones totalmente diferentes. Juan de Borbón se olvida del despotismo, desprecio a la Constitución vigente, “borboneo” de los gobiernos y demás comportamientos que tuvieron sus antepasados y que condujeron a España a la lamentable situación que se encontraba a principios del siglo XX.
La jugada no le salió bien pues, por un lado se enfrentó públicamente con el general Franco y por tanto se cerró la puerta a una posible restauración monárquica en la figura de su persona, y por otro, porque las democracias occidentales, especialmente la inglesa, no estaban por la labor de acometer nuevas aventuras viendo el sesgo que iba tomando la evolución de la Unión Soviética hacia un sistema totalitario de carácter comunista y prefirieron mantener en el poder una dictadura amiga que forzar un proceso democrático en España de dudoso final.
No contento con el fracaso de su Manifiesto, el Pretendiente vuelve a la carga y en 1947 publica el conocido como Manifiesto de Estoril que como en el caso anterior voy a transcribir pues, en mi opinión, también habla por sí sólo.

“Españoles:
El General Franco ha anunciado públicamente su propósito de presentar a las llamadas Cortes un proyecto de Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, por el cual España queda constituida en Reino, y se prevé un sistema por completo opuesto al de las Leyes que históricamente han regulado la sucesión a la Corona.
En momentos tan críticos para la estabilidad política de la Patria, no puedo dejar de dirigirme a vosotros, como legítimo Representante que soy de vuestra Monarquía, para fijar mi actitud ante tan grave intento.
Los principios que rigen la sucesión de la Corona, y que son uno de los elementos básicos de la legalidad en que la Monarquía Tradicional se asienta, no pueden ser modificados sin la actuación conjunta del Rey y de la Nación legítimamente representada en Cortes. Lo que ahora se quiere hacer carece de ambos concursos esenciales, pues ni el titular de la Corona interviene ni puede decirse que encarne la voluntad de la Nación el organismo que, con el nombre de Cortes, no pasa de ser una mera creación gubernativa. La Ley de Sucesión que naciera en condiciones tales adolecería de un vicio sustancial de nulidad.
Tanto o más grave es la cuestión de fondo que el citado proyecto plantea. Sin tener en cuenta la necesidad apremiante que España siente de contar con instituciones estables, sin querer advertir que lo que el país desea es salir cuanto antes de una interinidad cada día más peligrosa, sin comprender que la hostilidad de que la Patria se ve rodeada en el mundo nace en máxima parte de la presencia del General Franco en la Jefatura del Estado, lo que ahora se pretende es pura y simplemente convertir en vitalicia esa dictadura personal, convalidar unos títulos, según parece hasta ahora precarios, y disfrazar con el manto glorioso de la Monarquía un régimen de puro arbitrio gubernamental, la necesidad de la cual hace ya mucho tiempo que no existe.
Mañana la Historia, hoy los españoles, no me perdonarían si permaneciese silencioso ante el ataque que se pretende perpetrar contra la esencia misma de la Institución monárquica hereditaria, que es, en frase de nuestro Balmes, una de las conquistas más grandes y más felices de la ciencia política.
La Monarquía hereditaria es, por su propia naturaleza, un elemento básico de estabilidad, merced a la permanencia institucional que triunfa de la caducidad de las personas, y gracias a la fijeza y claridad de los principios sucesorios, que eliminan los motivos de discordia, y hacen posible el choque de los apetitos y las banderías.
Todas esas supremas ventajas desaparecen en el proyecto sucesorio, que cambia la fijeza en imprecisión, que abre la puerta a todas las contiendas intestinas, y que prescinde de la continuidad hereditaria, para volver, con lamentable espíritu de regresión, a una de esas imperfectas fórmulas de caudillaje electivo, en que se debatieron trágicamente los pueblos en los albores de su vida política.
Los momentos son demasiado graves para que España vaya a añadir una nueva ficción constitucional a las que hoy integran el conjunto de disposiciones que se quieren hacer pasar por leyes orgánicas de la Nación, y que además, nunca han tenido efectividad práctica.
Frente a ese intento, yo tengo el deber inexcusable de hacer una pública y solemne afirmación del supremo principio de legitimidad que encarno, de los imprescriptibles derechos de soberanía que la Providencia de Dios ha querido que vinieran a confluir en mi persona, y que no puedo en conciencia abandonar porque nacen de muchos siglos de Historia, y están directamente ligados con el presente y el porvenir de nuestra España.
Por lo mismo que he puesto mi suprema ilusión en ser el Rey de todos los españoles que quieran de buena fe acatar un Estado de Derecho inspirado en los principios esenciales de la vida de la Nación y que obligue por igual a gobernantes y gobernados, he estado y estoy dispuesto a facilitar todo lo que permita asegurar la normal e incondicional transmisión de poderes. Lo que no se me puede pedir es que dé mi asentimiento a actos que supongan el incumplimiento del sagrado deber de custodia de derechos que no son solo de la Corona, sino que forman parte del acervo espiritual de la Patria.
Con fe ciega en los grandes destinos de nuestra España querida, sabéis que podéis contar siempre con vuestro Rey”.

A la vista del fracaso de sus dos Manifiestos, el Pretendiente concedió numerosas entrevistas a la prensa europea. Merece mención especial la que se publicó en “The Observer” pues en ella llegó a proponer la aceptación de la UGT y de la CNT, una amnistía general y la preparación de un proceso democrático en colaboración con los socialistas y los comunistas. Estas afirmaciones crearon una verdadera alarma social en el seno de los monárquicos que se veían totalmente descolocados ante este planteamiento.   
En el año 1947, Indalecio Prieto y José María Gil Robles habían firmado el llamado Pacto de San Juan de Luz en el que sentaban los condicionamientos para una posible reinstauración monárquica.
En otro bandazo típico de su comportamiento, el 22 de julio de 1948 mantuvo una entrevista con el general Franco en el yate Azor en la que a petición del general se decidió que Juan Carlos de Borbón, hijo de Juan, se educara en España y por tanto debía trasladarse de Estoril a Madrid para empezar sus estudios, circunstancia que se produjo casi de inmediato.
Consciente de que su posición se iba debilitando en la medida que el régimen franquista se asentaba y empezaba a ser reconocido por las democracias occidentales, el Pretendiente se dedicó a sus aficiones náuticas abandonando por el momento sus pretensiones sucesorias. El Duque de Maura afirmó que Juan de Borbón le había comentado que: “era mucho más cómodo seguir de pretendiente sin preocupaciones ni peligros de ningún tipo”
En el año 1961 y con motivo del XXV aniversario del alzamiento nacional, el Pretendiente remitió una carta al general Franco felicitándole por el acontecimiento en la que entre otras cosas manifestaba:

“Tengo que proclamar la vinculación de la monarquía con el Alzamiento militar del 18 de julio de 1936. Sin él nuestra institución secular como tantos valores de nuestra Historia y de nuestra vida, difícilmente hubieran podido salvarse.
Me permito afirmar, sin hacer violencia laguna a mi pensamiento, mi adhesión a los Principios y Leyes Fundamentales del Movimiento.
Al iniciarse este periodo de estructuración del Estado que V.E. acaba de anunciar, echo de menos y con toda franqueza se lo manifiesto, un más íntimo y personal contacto entre los dos para considerar los remedios posibles a los previsibles problemas que el futuro puede presentar a España”. 

Una vez más sus seguidores y defensores se quedaron atónitos ante esta circunstancia en la que se manifestaba su fervor franquista en abierta contradicción con lo expuesto en sus dos Manifiestos.
En el año 1962 se celebró en Munich el Congreso del Movimiento Europeo al que acudieron numerosos españoles representantes de todas las tendencias políticas entre los que se encontraban miembros del Consejo Privado de Juan de Borbón.
El régimen franquista reaccionó con dureza a la celebración de este Congreso que bautizó como “El Contubernio de Munich”. Los asistentes españoles a su regreso a España fueron apartados de la vida pública y algunos deportados a las Islas Canarias.
Ante esta situación y para desmarcarse de las posibles represalias, el Pretendiente se despachó con el siguiente comunicado:

“El Conde de Barcelona nada sabía de las reuniones de Munich hasta que después de ocurridas escuchó en alta mar las primeras noticias a través de la radio. Nadie, naturalmente ha llevado a tales reuniones ninguna representación de su Persona ni de sus ideas. Si alguno de los asistentes formaba parte de su Consejo, ha quedado con este acto fuera de él”.

El primer sacrificado de este nuevo cambio de postura fue José María Gil Robles que dejó de pertenecer al Consejo Privado del Pretendiente.
Como ya se ha indicado anteriormente, Juan de Borbón seguía con su vida plácida, dedicado a sus aficiones y pensando que el proceso sucesorio lo tenía mas o menos controlado.
Ante los rumores que empezaron a circular en los círculos políticos sobre una decisión inmediata del general Franco sobre su sucesión, el Pretendiente hizo público el 2º Manifiesto de Estoril que dice lo siguiente:

“Españoles,
En 1947, al hacerse público el texto de la llamada Ley de Sucesión, expresé mis reservas y salvedades sobre el contenido de esa ordenación legal en lo que tenía de contraria a la tradición histórica de España. Aquellas previsiones se han visto confirmadas ahora, cuando al cabo de veinte años se anuncia la aplicación de esa ley. Para llevar a cabo esta operación no se ha contado conmigo, ni con la voluntad libremente manifestada del pueblo español. Soy, pues, un espectador de las decisiones que se hayan de tomar en la materia y ninguna responsabilidad me cabe en esta instauración.
Durante los últimos treinta años me he dirigido frecuentemente a los españoles para exponerles lo que yo considero esencial en la futura Monarquía: que el Rey lo fuera de todos los españoles, presidiendo un Estado de Derecho; que la Institución funcionara como instrumento de la política nacional al servicio del pueblo, y que la Corona se erigiese en poder arbitral por encima y al margen de los grupos y sectores que componen el país. Y junto a ello, la representación auténtica popular; la voluntad nacional presente en todos los órganos de la vida pública, la sociedad manifestándose libremente en los cauces establecidos de opinión; la garantía integral de las libertades colectivas e individuales, alcanzando con ello el nivel político de la Europa occidental, de la que España forma parte.
Eso quise y deseo para mi pueblo, y tal es el objetivo esencial de la Institución monárquica. Nunca pretendí, ni ahora tampoco, dividir a los españoles. Sigo creyendo necesaria la pacífica evolución del sistema vigente hacia estos rumbos de apertura y convivencia democrática, única garantía de un futuro estable para nuestra Patria, a la que seguiré sirviendo como un español más y a la que deseo de corazón un porvenir de paz y prosperidad.
Estoril, 19 de julio de 1969”

El 22 de julio de 1969, el general Franco presentó a las Cortes la Ley 62/1969, de 22 de julio, en la que en su artículo primero establecía:

“Al producirse la vacante en la Jefatura del Estado, se instaurará la Corona en la persona del Príncipe Don Juan Carlos  de Borbón y Borbón”.

Al día siguiente de la aprobación de esta ley, Juan Carlos de Borbón, sin consulta previa con su padre, aceptó la designación y juró los Principios del Movimiento aceptando que su legitimidad venía del 18 de julio.
El Pretendiente se enteró por la prensa de esta decisión que ponía fin de una vez por todas a sus aspiraciones de ser rey de España.
En vez de alegrarse por haber conseguido instaurar la Monarquía en España aunque fuese en la figura de su hijo, el enfado que se cogió fue espectacular, disolvió su Consejo Privado y cortó toda relación con su hijo con el que estuvo sin hablarse durante varios meses. Algunos autores alargan este periodo de alejamiento a dos o tres años.
Los años siguientes, Juan de Borbón los pasó alejado de cualquier actividad política y dedicado fundamentalmente a sus aficiones marineras.
El 20 de noviembre de 1975 se produce el fallecimiento del general Franco y sin haber pasado 24 horas y sin haber jurado su hijo como rey de España, Juan de Borbón hizo pública una nueva Declaración que como en los casos anteriores me limito a transcribir, pues sobra cualquier comentario al respecto.

“Ante las reiteradas instancias de relevantes sectores de la vida pública nacional para que el Jefe de la Casa Real Española haga una declaración sobre los trascendentes acontecimientos ocurridos en nuestro país durante los últimos días, el Gabinete de Información de S.A.R. el Conde de Barcelona informa que Don Juan de Borbón pide a Dios, con espíritu cristiano, por el eterno descanso del alma del Generalísimo Franco, quien durante casi cuarenta años gobernó a nuestro país con un poder personal absoluto. Al mismo tiempo que rinde honor a la memoria de los servicios que el Generalísimo prestó a la nación, el Conde de Barcelona mantiene su bien conocida y permanente postura política, como hijo y heredero de Alfonso XIII y depositario de un tesoro secular cuyos deberes considera irrenunciables.
El Rey Alfonso XIII se ausentó de España, acatando la voluntad popular, para evitar una trágica guerra entre hermanos, que, más tarde, los sectarismos terminaron por desencadenar. El Jefe de la Casa Real Española no olvida ahora que el General Franco, que destacó como gran soldado en tiempos de su Augusto Padre, culminó con éxito la empresa militar que le confiaron sus compañeros de armas. Al recordar ahora los anhelos patrióticos de todos ellos, así como los de cuantos combatieron heroicamente a sus órdenes, Don Juan de Borbón evoca también con respeto a quienes en el otro Ejército lucharon por lo que estimaban ser lo mejor para su patria.
Desde que en 1941 aceptó la sucesión de Alfonso XIII, el Conde de Barcelona se ha esforzado en ofrecer a todos los españoles la Institución Monárquica como instrumento de reconciliación nacional y vehículo para el pacífico acceso del pueblo español a la soberanía, a través de la voluntad general libremente expresada.
No es propósito del Jefe de la Casa Real Española constituirse ahora en juez de la obra del General Franco como hombre de Estado. A lo largo de los últimos treinta y cuatro años, cuantas veces lo consideró necesario para el bien de España, hizo pública su opinión, aunque en ocasiones sus palabras llegaran mutiladas al pueblo español o fueran silenciadas. En sus últimos discursos y declaraciones, el Conde de Barcelona resumió y se ratificó en la línea política que ha presidido toda su vida.
El Jefe de la casa Real Española considera que la Monarquía, para ser útil a España, debe ser un poder arbitral independiente que facilite la superación de la guerra civil; el establecimiento de una profunda justicia social que elimine la corrupción; la consolidación de una verdadera democracia pluralista; nuestra plena integración en la Comunidad Europea, y el pacífico acceso del pueblo español a la soberanía nacional para que tengan auténtica representatividad las instituciones políticas hasta hoy emanadas de la voluntad del General Franco. Objetivos todos ellos que deben ser primordiales para su hijo y heredero Don Juan Carlos.
S.A.R. el Conde de Barcelona, que ha decidido guardar ahora silencio en espera de que sea oportuna una declaración más extensa, continúa, como siempre, a la disposición y al servicio de los pueblos que gloriosamente forjaron la nación española y proclama, una vez más, el derecho de todos los españoles a acceder a la soberanía nacional.
París, 21 de noviembre de 1975”

Como consecuencia de este comportamiento Juan de Borbón tuvo prohibida durante un tiempo la entrada al territorio nacional.
Finalmente, el 15 de mayo de 1977, el Pretendiente a la vista de los acontecimientos y en un acto celebrado en el palacio de la Zarzuela que intentó fuese un hecho relevante pero que el Gobierno de la nación se negó a respaldar quedando reducido a una reunión familiar, Juan de Borbón hizo una renuncia pública de sus derechos dinásticos en favor de su hijo Juan Carlos con lo que definitivamente quedó cerrado ese episodio que nadie, salvo el propio interesado había mantenido vivo durante más de treinta años.   
Como puede deducirse de la lectura de estas líneas la conducta política de Juan de Borbón deja mucho que desear no solo por los vaivenes que experimentó a lo largo de los años que sus propios seguidores no sabían como adaptarse a los acontecimientos sino también porque nunca entendió que la dinastía borbónica había terminado sus días el 13 de abril de 1931 cuando su padre abandonó España.
El general Franco por decisión propia quiso que el nuevo estado fuese una monarquía al frente de la cual puso a un nieto del último rey de España pero sin ninguna obligación dinástica.

Personajes tan alejados políticamente como Ricardo de la Cierva e Indalecio Prieto dejan su opinión sobre el tema en sendos trabajos.
Como dice Ricardo de la Cierva en su libro: “Don Juan de Borbón: por fin toda la verdad”

Juan de Borbón fue un pretendiente variable. No mantuvo una línea recta ni coherente en relación con la democracia y con Franco. Cambió muchas veces de dirección. Toda si vida pública fue una sucesión de contradicciones. No sabía lo que quería ni a donde iba. Se alineó durante muchos años contra Franco y luego intentó recuperar su confianza a base de halagos y reconocimientos”.

En el año 1951, Indalecio Prieto escribió un artículo titulado: “El príncipe mendicante” en el que entre otras cosas dice:

“La contumacia del Pretendiente pidiendo que le sea cedida la jefatura del Estado evidencia una lamentable mendicidad. Suele decirse que pobre porfiado saca limosna, pero ningún rey o aspirante a serlo debe mendigar, resultando más vejatoria su situación si, a pesar de su porfía, no obtiene limosna. Sorprende la penosa insistencia del pedigüeño dado el tono de cuantas respuestas recibe que abominan de toda la dinastía borbónica. La mendicidad es tanto más humillante cuanto más empingorotado el linaje del mendigo. Hombres de prosapia modesta prefieren suicidarse a pedir limosna”.